Más Vegetales Menos Animales de J. Basulto y J. Cáceres

Desde pequeños recibimos con resignación contenidos, creencias y convencionalismos que apenas ponemos en duda, y el pensamientos crítico o «salirse de la norma» es castigado y aplastado de forma sistemática. Por suerte existe la educación no formal, como la que proporciona este libro de forma magistral, no para crear insurrectos, sino para propiciar la toma de decisiones debidamente informada.
Cuando un libro comienza de tal manera, se me acelera el corazón y por dentro voy gritando «¡SÍ!», y sé que lo voy a acabar recomendando hasta al vecino de abajo. Y es que eso es sólo el prólogo…
Julio Basulto es diplomado en nutrición humana y dietética, profesor asociado de la Unidad de Nutrición Humana en la Universidad Rovira i Virgili, ejerce como docente en diferentes instituciones y mucho, mucho más. Juanjo Cáceres es doctor en historia por la Universidad de Barcelona y su labor profesional la ha dedicado fundamentalmente a la investigación social aplicada a la alimentación y el deporte.
El libro comienza en el pasado lejano – cuando los seres humanos evolucionamos lentamente de Homo erectus a Homo habilis, llegando por fin a Homo sapiens – y el rol que jugó la carne y la caza en nuestro desarrollo. Los autores cuentan que el ser humano pudo desarrollarse por su capacidad omnívora, adaptándose al clima y al medio ambiente en el que se encontraba.
Basta con recordar que si clasificamos a las poblaciones paleolíticas como cazadoras-recolectoras es por algo, porque dependían de dos actividades esenciales y en una de ellas lo que se recogía era, fundamentalmente, recursos vegetales. La caza cobró una importancia creciente y la carne llegó a ocupar un espacio muy importante en la dieta de estas comunidades, pero fue gracias a esta actividad dual que reforzamos nuestro carácter omnívoro. Ello nos permitiría adaptarnos a distintas formas de alimentarnos igualmente viables y mucho más tarde, estar en disposición de decidir qué comer.
Destaco la última frase porque es mi mayor razonamiento en cuanto al veganismo: aunque la carne jugara un rol en nuestra evolución, aunque se haya comido toda la vida, aunque sea parte de la dieta de gran parte de culturas del mundo… a día de hoy, para muchos de nosotros con la suerte de vivir donde vivimos, es una elección. Sí, podemos comer carne, no, no es la dieta óptima, y a final de cuentas la elección es nuestra.
El capítulo continúa y nos lleva de viaje por los siglos, detallando como a medida que evolucionan las civilizaciones, a medida que conseguimos avances agronómicos y tecnológicos, la dieta humana va sufriendo transformaciones. También se introducen, hacia el final, las dietas vegetarianas que se consolidaron en el siglo XIX como una tendencia dietética.
El segundo capítulo está dedicado a la «Díaita», o dieta en griego clásico. Y es que (¡y me encanta que se haga énfasis en este punto!), la dieta debería ser el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu. Comer bien debería ir acompañado de buenos hábitos, de deporte, de actividades que nos fortalecen en todos los sentidos.
Han creado una regla mnemotécnica con la palabra «SALTAR» para recordar con facilidad los malos hábitos que debemos evitar:
- S – Sedentarismo
- A – Alimentación desequilibrada
- L – Lactancia artificial
- T – Tabaquismo
- A – Alcohol
- R – Relaciones dañinas
Profundizan en cada hábito, corroborando sus argumentos acerca de las repercusiones que tienen estos hábitos en nuestra salud con gráficos y estudios. No voy a entrar en cada punto, porque al final esta reseña sería más larga que el libro en sí; pero os recomiendo que lo leáis.
Se le otorga una importancia suprema a la lactancia materna, algo que me ha gustado ver ya que en España parece que aún no ha llegado el mensaje de que hay que dar pecho de forma exclusiva los primeros 6 meses. En Barcelona me encanta ver como sí somos muchas las que sacamos una teta en el parque o mientras esperamos en autobús, pero es un fenómeno que debe continuar creciendo. ¿Sabías que dar teta los primeros cuatro meses de forma exclusiva puede disminuir en un 72% el riesgo de hospitalización por infecciones de las vías respiratorias inferiores en el primer año de vida? Y este es solo uno de los datos.
Pasemos a la sección de alcohol. Reconozco que una copa de vino cuando se acuestan los niños es un momento del día al que le tengo mucho cariño. Este libro me ha hecho recapacitar esta elección: beber (aun siendo una copa) de forma rutinaria aumenta el riesgo de cáncer de pecho 10-12%. Así que me voy a pasar al te, y crear así un ritual más saludable. ¿Quién se apunta?
El capítulo tres habla de los alimentos procesados, dandole especial importancia al azúcar. Siempre me echa para atrás leer esos estudios que detallan cuánto azúcar se llega a consumir de forma «accidental». Los que somos fans de cocinar en casa con alimentos integrales seremos capaces de reducir en gran medida el uso de azúcar, pero aun así ando por el supermercado horrorizada a los gramos de este ingrediente en los productos menos pensados. Ok, la salsa de tomate gana con un poco de dulce, ¿pero tanto? No puede ser necesario. Reitero: haceros con este libro. Página tras página de información desmintiendo mitos, educando sobre buenas prácticas y todo con base científica (hay 55 páginas de bibliografía, para que os hagáis la idea del trabajo de investigación que hay detrás de este tomo).
Si estás en un punto de transición hacia la vida vegetariana o vegana, las secciones «Más vegetales» y «Dieta vegetariana» te serán de gran interés, porque no solo explican qué no debemos comer y por qué, sino que sí debemos comer y por qué, pasando por alimentos y dietas que no se suelen criticar, como sería la dieta Mediterránea y el aceite de oliva. ¿Tienes dudas sobre las B12? ¿Sobre el yodo? ¿El calcio? Este libro los cubre todos.
Mi conclusión: buenísimo. Me enamora que hayan tratado a la salud de forma holística, la introducción histórica es fascinante (en otra vida, hubiera sido antropóloga), son capaces de profundizar en muchos temas relacionados a la nutrición y a la salud y al mismo sintetizarla. Además, el último capítulo lo dedican a hablar de todavía más razones para comer menos animales y más vegetales: el impacto medioambiental que tiene la agricultura animal, y los derechos y el sufrimiento animal.
Sabaté y colaboradores valoraron en noviembre del 2014 cuánta tierra y cuánta agua se necesita para criar animales que luego servirán de alimento, y compararon la tierra y el agua que se precisa para cultivar alubias o almendras. También calcularon el combustible, los fertilizantes y los pesticidas utilizados en uno y otro. El resultado de sus cálculos es bastante revelador: producir 1 kilo de proteína comestible a partir de alubias requiere aproximadamente dieciocho veces menos tierra, diez veces menos agua, nueve veces menos combustible, doce veces menos fertilizante y diez veces menos pesticidas que producir un kilo de proteína a partir de carne de vacuno.
Cada uno de nosotros (y por «nosotros» me refiero a la comunidad vegana) ha llegado a este estilo de vida por un camino distinto: algunos son defensores de los animales, otros lo hicieron por salud, otros son activistas medioambientales; pero dimos un primer paso en el cual se nos abrieron los ojos.
Podéis encontrar más información sobre el libro y donde se vende en Me Gusta Leer.
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Excelente reseña, creo que será mi auto-regalo de reyes. Leyendo he identificado muchos de mis aspectos uno de ellos es el cambio del alcohol por el té, yo hace dos años decidí que beber licor no era necesario ni para estar feliz, ni mucho menos para vivir mejor o relajarme, así que radicalmente lo desterré de mis hábitos y creo que a partir de allí empezó mi transición a lo que soy ahora, una joven activa con muchas aspiraciones y con más conciencia de mi impacto en el mundo. ¡Si, soy vegana! porque elegí cuidar y ayudar a preservar el equilibrio de lo que nos rodea. Porque con más vegetales y menos animales es mucho lo que podemos ganar.